Considerada ilegal en 23 países europeos, la tauromaquia se sigue practicando en España, Portugal y Francia. Una vez más, somos un ridículo internacional.
Persiste, bajo la apariencia de una excepción cultural pero sobre todo jurídica, ya que la legislación española castiga toda crueldad con los animales domésticos (artículo 337 del Código Penal).
Para los aficionados, no es una cuestión de sufrimiento, sino de deporte, de combate, de duelo, de espectáculo...
Sin embargo, lo que está en juego es la crueldad y la barbarie.
Gravemente afectada por la crisis sanitaria, la comunidad taurina pidió sin cesar al Ministerio de Agricultura ayudas para reactivar el sector. Un sector que, dicho sea de paso, estaría herido de muerte si no fuera por estas ayudas públicas.
Pero a la tauromaquia le tienden la mano, mientras que al toro lo rematan en la plaza. La tauromaquia fue declarada Patrimonio Cultural por el gobierno de España en el año 2013. Una actividad que debería estar destinada a desaparecer recibe ayudas estatales cada año. Existen estudios que calculan las subvenciones públicas a la tauromaquia en alrededor de los 500 millones al año, sumando las procedentes de Europa y España. [1]
Esta semana ha dado comienzo uno de los festejos más importantes de nuestro país, San Fermín. Unas fiestas que, según aseguran desde la Red contra la Tauromaquia, podrían realizarse de la misma manera excluyendo las corridas de toros del programa. “Los toros no han nacido para divertirnos. El sufrimiento que se les inflige bajo la excusa de los Sanfermines es injusto”, han afirmado desde la plataforma. [2]
Sin embargo, desde el Ayuntamiento de Pamplona parecen hacer oídos sordos, como desde casi toda la Administración Pública. La fragilidad económica del sector taurino no es nueva, pero siempre consiguen salir airosos.
En España solo Canarias ha conseguido prohibir las corridas de toros. Si bien Cataluña declaró su abolición en 2010, el Tribunal Constitucional anuló esta prohibición años más tarde. Pese a todas las dificultades, ya son 125 (¡y subiendo!) los municipios que se han declarado antitaurinos. [3]
Pero no podemos bajar la guardia. Su público, cada vez más envejecido, aunque abandona cada vez más la plaza de toros, se esfuerza por renovarse.
Sólo podemos alegrarnos de ello y negarnos a subvencionar campañas publicitarias destinadas a seducir a las nuevas generaciones.
Además, preocupados por su imagen, los anunciantes son cada vez más precavidos.
Con la falta de rentabilidad de la actividad y un público menguante, se podría pensar que estamos viviendo los últimos estertores de la tauromaquia.
Esto sin tener en cuenta la fascinación de las élites.
Hay una forma de esnobismo decadente en sacralizar la crueldad revistiéndose de tradición e incluso de literatura, todos ellos argumentos dudosos y difíciles de defender.
¿Cómo concebir una lucha inútil que termina necesariamente en la muerte, y qué pensar de quienes la presencian?
¿Se puede querer conservar los ritos sangrientos y reivindicar una identidad cultural basada en el salvajismo?
Hay que señalar que los animales que actualmente se encuentran en las granjas acabarán en el matadero. Quien asiste a este tipo de espectáculos, está financiando una matanza.
Como el valor de mercado de un toro caduca a los 6 años, se sacrifica, si no en el altar de la tradición, en el de la rentabilidad. Un sector anclado en un mundo arcaico e irreal que no debería existir desde hace varios siglos.
La tauromaquia se justifica por la tradición, que más bien podría recalificarse como una práctica de otra época y la perpetuación del sufrimiento animal.
En un momento en que se avecina una gran crisis económica, ¿queremos que los fondos públicos fomenten los vestigios de una tradición cruel?
Ya ampliamente remunerado por Europa, sólo se puede reaccionar ante semejante injusticia.
Mostremos algo de piedad, no tiene sentido prolongar su sufrimiento, ¡firmemos esta petición!
A la espera de la prohibición pura y dura, que pese a ser el objetivo ulterior, debemos asumir que tardará en llegar, debemos contribuir al debate expresando aquí un justo rechazo.
Unas palabras para terminar, de un gran hombre que ha pensado mucho en los animales, incluidos nosotros:
"Aquellos que reflexionen por primera vez sobre este tema se preguntarán cómo se ha permitido que continúe tal crueldad con los animales en nuestra época de civilización", Charles Darwin.
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